Tienes una mañana estupenda y, conforme avanza el día, te vas sintiendo mejor. Tienes mucho trabajo acumulado, pero todo va saliendo y fluyendo sin problemas. Pero... de repente... te das cuenta de que son las 14:30 horas y sigues ahí sentada, con un hambre voraz y ¡sin nada preparado para comer! Oh my God!!
De repente te das cuenta de que te han dado las mil y sigues trabajando, la mente parece no desconectar cuando aparentemente has terminado tu jornada laboral y sientes que la única manera de terminar todo lo que hay que hacer es no parar de trabajar. (...) al final, lo que parecía algo puntual acaba convirtiéndose en un patrón de conduca que termina haciéndose hábito. La excepción ahora es la norma y se ha convertido en normal trabajar mucho, sociabilizar poco y desconectar nada.
Hace unos días asistí a un evento para emprendedores, conocí personas encantadoras y llenas de ilusión, personas que estaban empezando a construir sus sueños y personas que ya estaban viviendo de ellos. Sin embargo, no preguntes por qué pero, hubo una palabra que no paraba de escuchar. Daba igual entre el grupo de personas que estuviera, en la conversación de alguna manera u otra siempre acaba saliendo la dichosa palabra
Desde que te levantas hasta que te acuestas estás tomando decisiones tanto en la vida diaria ¿pospongo el despertador cinco minutos?, ¿qué me voy a poner?, ¿qué voy a comer?, hay atasco ¿voy por otro camino?, ¿voy a la clase de yoga o quedo con las amigas? como en el ámbito laboral ¿Acepto este proyecto?, ¿qué estrategia sigo para aumentar clientes?, ¿cómo me organizo, qué hago primero?
Todos esos procesos se dan en el cerebro, un cerebro envejecido, dañado, al que no cuidas solo puede ofrecerte malas decisiones.
